top of page

BÚSQUEDA POR TAGS: 

POSTS RECIENTES: 

SÍGUEME:

  • Facebook Clean Grey
  • Twitter Clean Grey
  • Instagram Clean Grey

''Moni''

  • Foto del escritor: andreavilla212
    andreavilla212
  • 29 oct 2015
  • 6 Min. de lectura


Esa noche ella me miraba con asombro, tal vez le parecía increíble que el niño de la historia era yo, el mismo hombre que miraba con ternura en las mañanas soleadas, en las tardes de lluvia y en las noches de luna.


Era una noche de sentarnos, conversar de nuestra vida y recordar nuestra infancia. La mía, tal vez no fue la mejor de todas, éramos totalmente distintos y yo había llegado hace cuatro años a Medellín; ella había vivido toda su vida en la ciudad.


Repetí dos veces segundo de primaria, una vez tercero y dos veces cuarto. Nadie quería quedarse conmigo; a los siete años me separaron de mi hermana, viví con mi tío Carlos tres años, luego con mis padrinos en Banco Magdalena dos años, después en La Dorada con mi abuela y tampoco duré mucho tiempo con ella, le dije.


Tenía diez años cuando llegué a Montenegro, mi familia decidió internarme en ese lugar. Para llegar allá tenía que pasar por una carretera destapada, quedaba muy lejos de la vía principal y solo se veía pequeñas casas hechas de madera, con techo de paja y piso de cemento. El internado tenía dos habitaciones, cada una con nueve camarotes donde cabían dieciocho personas. En la noche no nos dejaban salir de la habitación y en la mañana debíamos levantarnos a las cinco para ir a estudiar. El salón quedaba al frente de la habitación, al lado una cancha de fútbol y un pequeño restaurante donde íbamos a comer.


Nunca me gustó estar en Montenegro pero recuerdo que me gustaba correr entre los árboles, sentía que corría más de lo normal, todo pasaba muy rápido a mi alrededor y en ese momento me sentía libre de alguna manera.


A las cinco de la tarde empaqué mi maleta y me fugué del internado. Los fines de semana cada quince días un conocido de mi mamá iba por mí porque ese día podíamos estar en otro lugar, yo ya sabía cómo regresar a casa, ya me había aprendido el camino. No recuerdo muy bien cómo salí de allí, pero me fui por la carretera destapada que sabía que me llevaría a la vía principal. Ya estaba cayendo la noche cuando llegué a esa vía, de ahí a mi pueblo había media hora en carro. Recuerdo que le pedí a un conductor de una cama baja que me llevara hasta El 30, y ese día viajé sobre una llanta de repuesto hasta ese lugar.


Llegué a ‘‘Johnny Play’’, el sitio de videojuegos en el pueblo. Llamaron a mi mamá a las nueve de la noche, yo estaba sucio por el viaje y bastante cansado. Ella me llevó a la casa de mi abuela pero más tarde me llevaron a Casa Palma donde vivía mi tío Gonzalo. Allá tampoco duré mucho, recuerdo que me bañaba a escondidas en el agua que recogían para hacer de comer, tiraba piedras para que nadie me siguiera y nunca hacía caso a nada.


A mis once años terminé en el ‘‘Hogar Juvenil Campesino’’ en Victoria Caldas, mi hermana había vivido en Manizales todo ese tiempo y fue en ese hogar donde me reencontré con ella. Allí terminé cuarto de primaria pero recuerdo que fue una de las etapas más difíciles para mí. En la escuela veíamos una materia llamada agropecuaria y los trabajos que realizábamos en el hogar eran de cultivo, cuidar del galpón, hacer el aseo a la cabaña o a los salones. Los fines de semana no podíamos estar en el hogar, mi hermana consiguió un novio en el pueblo y siempre amanecía allá, yo no tenía donde dormir y siempre debía quedarme en la casa de alguno de los compañeros. Ellos vivían en veredas del Tolima o en la zona cafetera de Victoria Caldas. En el Tolima aprendí cómo cosechan la panela. Cortaban la caña, luego le quitaban las hojas, la metían a una especie de molinos y vertían el líquido en unas calderas, después en moldes y finalmente lo dejaban secar. En el Tolima aprendí sobre cultivos de café y maracuyá. La planta de maracuyá se enredaba en palos que las personas ponían para que las semillas nacieran colgando y los animales no se las comieran. Esos cultivos se veían siempre muy bonitos y ordenados.


No olvido el día que quedé sin lugar dónde dormir. Me quedé en el hogar hasta las seis de la tarde y luego me fui para Victoria Caldas a la casa de Jairo, un amigo de mi mamá, pero él no estaba. Esa noche me quedé dormido en una banca del parque principal con mi maleta. A las once de la noche volví a esa casa, Jairo ya había llegado, me dio algo de comer y me dejó dormir en su casa. Salí temprano en la mañana y ya no tenía dónde ir, volví al hogar y entré a la habitación por una ventana que no tenía varillas. A las doce del mediodía tenía hambre, salí a buscar algo de comer y encontré un árbol de guayabas. Pacho, el jardinero, me encontró, recuerdo que comí un arroz duró sin sal y un huevo tibio que él me dio, acompañado de las guayabas que había cogido en el árbol.


Mi hermana pasó cerca al hogar con la familia de su novio, venían de un paseo en el río, le conté que no tenía dónde quedarme y pude dormir allá.


La convivencia en el hogar no era nada fácil, si no tenía algo bajo llave se perdía o intentaban abrir mi casillero para sacar mis implementos de aseo y demás; yo comencé a hacer lo mismo, aunque sabía que no estaba bien. Cada noche, dañábamos una varilla de la ventana de la habitación para escaparnos al pueblo. Recuerdo que solo íbamos hasta allá para comprar un tarrito de pegante (sacol) que costaba mil pesos, a veces, comprábamos uno más grande que costaba el doble y el pegante se estaba volviendo para mí una prioridad. Mi tío Carlos se enteró de la situación e inmediatamente me sacó del hogar junto con mi hermana, ella se fue a vivir con su novio y yo empecé a trabajar con mi tío en una finca lechera y ganadera donde tenía que levantarme todos los días a las dos de la mañana. A mí me gustaba lo que hacía, podía distraerme y jugar con los animales. Luego, el dueño de la finca comenzó a pagarme cien mil pesos mensuales por cuidar los terneros que llevaban a las exposiciones en la Feria Ganadera. Cuando llovía los potreros se llenaban de agua, recuerdo que siempre, en una canoa me iba por una zanja desde el último hasta el primer potrero. Un día me fui contra un alambrado eléctrico y casi me ahogo, luego, encontré una culebra muy grande y no quise volver a navegar por ahí.


En La Dorada, Caldas terminé quinto de primaria, yo ya tenía quince años. Terminé la primaria con honores y fui personero de la institución.


Mi papá me ofreció venir a Medellín a trabajar con él cortando láminas para hacer teléfonos, luego, empecé a trabajar con computadores y yo no tenía experiencia con ningún aparato tecnológico. Lo que aprendí en ese entonces lo aprendí por mis propios medios. Más tarde me gradué de técnico en sistemas y ahora estoy haciendo una tecnología.


Después de todo, una de las historias que más recuerdo es la de la historia de ‘‘Moni’’, aún lo recuerdo, aún la siento y aún puedo verla después de tanto tiempo.


Un día, como de costumbre, íbamos mi tío Carlos, su esposa y yo para Purnio en el tractor, ‘‘Moni’’, la perrita, salió corriendo detrás, siempre lo hacía. Recuerdo que todos gritamos a la vez cuando vimos el camión en la vía principal que por suerte ella logró esquivar, pero cuando pasó al carril siguiente se encontró de frente con otro camión, esquivó la primera llanta pero la de atrás le aplastó su frágil cabeza. En ese estado ‘‘Moni’’ intentó levantarse, nos miró, movió su colita y cayó.


Es el momento más triste que recuerdo y la imagen de su colita moviéndose nunca se va, sigue intacta y puedo recordarla con claridad.


Mi voz entrecortada hizo que ella me mirara con tristeza y aflicción.


— ¿Quieres un abrazo? Preguntó, me abrazó fuertemente, besó mis labios y sonrió.

Esa, tal vez, fue una de las noches más bonitas. Recodar es vivir, y amar… Amar es algo diferente.


 
 
 

Comments


© 2023 por Secretos de Armario. Creado con Wix.com

  • b-facebook
  • Twitter Round
  • Instagram Black Round
bottom of page